Quickribbon mersey-beat: ¿Cómo era The Cavern?

¿Cómo era The Cavern?


Se accedía por una puerta estrecha que sólo tenía una bombilla desnuda como iluminación. Al entrar, había una pequeña oficina y después venía una escalera de unos 18 escalones de piedra, tan estrecha como la puerta. Hay quien dice que parte de la escalera era de madera. Si la escalera era de caracol (en espiral) o no, no lo sabemos. Las escaleras de caracol eran muy populares en la arquitectura británica, hasta el siglo XIX. Por sus características, no es difícil que The Cavern la hubiese podido tener, pero eso plantea el problema del traslado de los amplificadores.¿Cómo podrían subir los amplificadores de bajo del tamaño de un ataúd, que usaban Johnny Gustafson (Big Three) y Paul McCartney por una escalera en espiral que además era estrecha? Vamos a suponer que la escalera seguía la línea de los primeros peldaños - que formaban un tramo recto - y era sencilla, de un único pasaje largo.

Una vez que se bajaba, se accedía a tres pequeñas naves en arco, abovedadas, de ladrillo. Las tres estaban conectadas entre sí y no eran muy anchas (diez o doce personas, hombro con hombro, bastaban para ocupar el espacio de pared a pared). La nave central (la más grande) tenía el escenario al fondo (un tablado, con un piano de pared) iluminado por una bombilla. Delante había unas pocas filas de sillas. Las otras dos naves laterales servían para acoger los urinarios, el camerino, el bar (donde sólo se servían sandwiches, sopa y Coca Cola), el guardarropa y el espacio de baile, espacio que solía llenarse de espectadores. La sensación que se tenía al entrar era la de falta de espacio.

El aforo era, en teoría, de 1000 personas. El local carecía casi de iluminación (excepto en el escenario) y de ventilación. En 1957, a sugerencia de un inspector de Salud Pública, se instaló un tubo de ventilación que unía el sotano con la calle, pero resultaba insuficiente para aligerar la atmósfera húmeda, caliente y un tanto maloliente del club. La posterior colocación de ventiladores tampoco ayudó. En resumen: el cliente habitual de The Cavern sabía que poco después de bajar, estaría sudando a chorros , aunque fuese pleno invierno. Por si fuese poco, la respiración de la gente se condensaba en las bóvedas y las gotas caían sobre los asistentes. Era como si lloviese sobre mojado (y nunca mejor dicho). Desafortunadamente, de las bovedas de The Cavern no sólo caían gotas de agua. Durante los decenios que habían pasado desde su construcción, el agua de lluvia se había ido filtrando desde la calle hasta abajo. Ese agua fue dejando depósitos de calcio en las bóvedas. Si un grupo tocaba muy alto o si sus amplificadores de bajo eran potentes, una fina lluvia de polvo blanco descendía sobre el público.

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